
“Amar es el secreto de toda alegría, porque amar es darse”
“Camina con los ojos fijos en un ideal que haga tu vida fecunda y generosa”
(Santa María Eugenia)
Vivir una experiencia de “misiones” fue un gran regalo y oportunidad que Dios me brindó de poder compartir la vida y fortalecer mi fe a través de las vivencias en la comunidad de San Ildefonso, Querétaro.
No podría describir en líneas toda la riqueza espiritual y apostólica que obtuve de estas misiones, pero si puedo rescatar lo que me ha marcado de la experiencia de darme a estas personas anunciando el mensaje de Jesús en un tiempo importante para la iglesia como lo es semana santa.
El primer reto que encontré es poder adaptarte a las circunstancias, conocer la realidad de la comunidad y tomar decisiones respecto a lo que se va presentando: lograr que el evangelio se encarne desde su cultura, forma de pensar y de vivir.
La admiración fue un elemento dominante, porque todo lo que percibí me pareció una expresión real del amor a Dios y un testimonio vivo y arraigado desde Jesús: admirar la calidez y cercanía de las personas, la naturaleza, el sentido de disponibilidad y apertura al mensaje evangélico; admirada por el valor que tiene la fe en la vida de las familias y cómo disfrutan sus experiencias de todos los días con lo que poseen y comparten.
Vivir la misión en la NOPALERA, me permitió descubrir una realidad tan diferente a la mía, un mundo marcado por la pobreza y desigualdad social por su origen indígena, pero una fuerza impresionante de fe y comunidad que sostiene la estructura de este pueblo de Dios.
Estar durante una semana en casa de una familia del pueblo (Maru, esposo e hijas) me ayudó a descubrir a la familia como núcleo de la nopalera y las relaciones entre padres e hijos con mucho valor afectivo y de respeto. Ellos abrieron las puertas de su hogar para recibirnos y hospedarnos por unos días, pero además abrieron su corazón para compartir desde lo más simple la gran riqueza que tienen de poder superar los problemas y de arraigar su fe como una verdadera familia.
El sentido misionero de Maru, la catequista de la comunidad, me dejo sorprendida e interpelada porque su entrega y entusiasmo, su disponibilidad durante estos días y su alegría, me hacían preguntarme: Irene ¿tú qué haces por misionar de esa manera? Sin duda, su testimonio me dejo sin palabras y eso me motivó a entregarme y salir con toda la actitud de darme a los demás.
El trabajo en equipo me pareció otro elemento fundamental: estar en coordinación con Jerry, Lucy y Maru, fue un gran aporte a este aprendizaje misionero. Descubrir que cada uno aportó algo al equipo y que con nuestras cualidades y dones, podemos hacer grandes cosas por el reino, si tenemos humildad y disposición de hacerlas. No se trata de un trabajo aislado sino articulado, donde se refleje la sintonía de ideas, de ideales, de amor para con los otros. Enfrentarnos a retos, a limitaciones, pero saber responder desde esa actitud de servicio y unión como equipo misionero. Por lo tanto, puedo decir que aprendí en esencia el valor de un equipo en misiones.
Pero lo más trascendente en este proceso, fue sin duda, el compartir con la gente. Aprender de los niños, de los jóvenes y de las personas adultas; comprender su estilo de vida y sentirme invitada a valorar cada cosa que tengo. Escuchar a las personas en los visiteos, ser recibidos como “representantes de Dios” me parecía una gran responsabilidad, pero me sentí tan inserta en sus realidades y en sus necesidades.
El triduo pascual compartido con las comunidades en un ambiente de unión, comunión, devoción, fe y escucha, me pareció lo más expresivo de la semana, porque ahí en las celebraciones de jueves, viernes y sábado, encontré tradiciones religiosas muy arraigadas, una fe viva y despierta. Apreciar todo lo que implica una inculturación de la fe en una región indígena es una tarea que la iglesia tiene que aprender y vivir. Me sentí contenta y llena de vida de ver una experiencia de Dios profunda desde la simplicidad de las cosas.
Toda la misión fue un aprendizaje y un compartir, me permitió renovar mi fe y darme cuenta de la tarea tan grande que se tiene cuando llegas a misionar a algún lugar; me sentí interpelada y cuestionada en mi propio testimonio y vivencia de la fe.
Me siento agradecida con Dios por estos momentos de evangelización, por contribuir con un granito de arena a la extensión del reino, pero también en gratitud con la comunidad de San Ildefonso que abrió sus puertas para recibirnos y mostrarnos lo que significa amar a Dios y a los demás desde la necesidad y realidad que viven.
Con esta renovación quiero vivir mi fe desde otro ángulo, ir más allá de mis propias ideas y poder tejer cada día un papel de compromiso real con lo que hago y con quienes me rodean, para generar esa transformación.
Hacer de mi vida una misión constante y un compartir desde lo sencillo que dé testimonio de lo que creo y predico.
Gracias Señor por esta experiencia y por descubrirte en la sencillez y fe viva de la gente.
Atte: Irene Ponce Romero.
Postulante de las Religiosas de la Asunción