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Una experiencia de misiones
Por: Edith Pedroza
Estuvimos en dos comunidades en el municipio de Amealco, en la parte de san Idelfonso. Nos fuimos de misioneros, como parte de la actividad pastoral del colegio, con un grupo de 20 adolescentes de 12 a 16 años que están en un proceso de crecimiento cristiano.
Mi labor, junto con los 7 acompañantes, fue la de organizar las dinámicas, ayudar a los chavos a preparar sus catequesis, acompañarlos en el visiteo por las casas y, de manera especial, a los domicilios de los enfermos a fin de que no se “apanicaran” o, de repente, no supieran cómo reaccionar ante algunas situaciones.
La preparación de este grupo fue de varios martes en torno a su ser cristiano y también en la espiritualidad de la Asunción en la que están siendo formados. La preparación próxima se dio en un retiro de dos días donde los chicos recorrieron el sentido de cada uno de los días santos, entraron en contacto con las catequesis y organizaron comisiones para la liturgia de la Semana Mayor.
Algunos de los grandes logros en nuestro equipo fueron la mirada sensible, a través del acercamiento físico, a una realidad difícil de nuestro pueblo que vive la pobreza y la enfermedad como algo ordinario, constatar la diferencia injusta entre los diversos estratos sociales y ver en primera fila los niveles de marginación en el que viven algunas comunidades cercanas a nosotros.
En el contexto de las comunidades visitadas encontramos una fuerte presencia de Iglesias protestantes, experimentamos cierta hostilidad de las personas que no comparten la fe de la misma manera que nosotros. Mientras nosotros organizábamos los horarios, otros programaron un evento en esos días santos dificultando la asistencia de la gente a las celebraciones.
Percibimos, y experimentamos, una fuerte fe de las comunidades que alimentó nuestro grupo durante la Semana Santa. Una persona que tiene hermanos protestantes comentó acerca de lo difícil que es vivir la fe entre las críticas de la propia familia, sin embargo, también pudimos constatar la alegría y entusiasmo, la fortaleza y convicción con la que vive su fe católica, especialmente en momentos como los días santos.
Definitivamente volveríamos a ir, esta experiencia del Señor resucitado es para nosotros una inyección de fe, de alegría y de esperanza, no hay otra manera que describa mejor esto, es una invitación del Señor a permanecer firmes y permanecer fuertes en la fe de la resurrección, a pesar de las dificultades, porque éstas, y tampoco la muerte, tiene la última palabra.
“Para ser misionero hay que conjugar muchos verbos, sobre todo amar, en todos los tiempos y a todas las personas” Félix de Jesús Rougier
Renace la esperanza, la vida surge, crece el amor. Florece la alegría en medio del pueblo pues JESÚS RESUCITÓ (Canto del tiempo Pascual)

“Para ser misionero hay que conjugar muchos verbos, sobre todo amar, en todos los tiempos y a todas las personas” Félix de Jesús Rougier
Renace la esperanza, la vida surge, crece el amor. Florece la alegría en medio del pueblo pues JESÚS RESUCITÓ (Canto del tiempo Pascual)
Como no creer en Cristo vivo
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Por: Héctor Vázquez
Cómo no creer en Cristo vivo, cuando veo a los sacerdotes in persona Christi Capitis (en persona de Cristo Cabeza), guiarnos por todas las actividades de la semana Santa, con diligencia y entusiasmo, a pesar de las largas y extenuantes jornadas, en ocasiones yendo y viniendo en diferentes lugares el mismo día; cuando los hermanos servidores, también sin descanso, están al pendiente de los detalles para que todo se lleve a cabo sin problema y de manera solemne. Cómo no creer en Cristo vivo, cuando tantos y tantos hombres, mujeres, jóvenes y niños, haciendo eco de ser una Iglesia en salida y de puertas abiertas, van misionando por distintos lugares, sin importar el cansancio o las incomodidades, llevando el amor de Cristo en estos días para aquellos hermanos que no pueden, por su situación geográfica o social, asistir a las celebraciones de semana Santa. Cómo no creer en Cristo vivo, cuando nos reunimos y recorremos las calles de cualquier lugar, compartiendo junto con Cristo su viacrucis, viviendo y reflexionando conscientemente mi participación en el sufrimiento de nuestro Señor en esos momentos, y cómo me reflejo en aquellos que estaban presentes en el camino al calvario, haciéndolo vida hoy. Cómo no creer en Cristo vivo, cuando nos unimos en oración para pedir por aquellos que han sido llamados a la presencia del Señor en estos días santos, o por los que se encuentran enfermos en casa o en una cama de hospital, cuando los consideramos parte de nosotros en esos momentos de verdad, sufrimiento y dolor, cuando nos unimos a los familiares para interceder ante nuestro Señor por ellos.
Cómo no creer en Cristo vivo, cuando realizamos todo esto todos los días de nuestra vida, con la fe y la conciencia de nuestra decisión fundamental, ¡creer
en un Dios vivo! porque Cristo resucitó, verdaderamente resucitó; como dijo San Agustín: “hay un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes, un presente de las cosas futuras”, lo que nos lleva a decir en este caso, Cristo vive, ayer, hoy y mañana.
Cristo vive, en la medida en que lo dejemos vivir en nosotros, en la medida en que lo demos a conocer a los demás, en la medida en que tratemos de llegar a lo que nos decía San Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mi”.
Cómo no creer en Cristo vivo cuando percibimos el amor de Dios a través de nuestros sacerdotes y ellos perciben ese mismo amor a través de nuestro cariño, compromiso y cercanía.
¡Cristo vive!, ¡Cristo resucitó!, ¡verdaderamente resucitó! y está entre nosotros todos los días…